Hoy el mundo está urgentemente necesitado de misericordia. Los cristianos, en especial los católicos, no podemos dejar esto como una tarea para unos pocos. Todos, cualquiera que sea nuestra condición, desde nuestros hogares y comunidades, hasta nuestras instituciones donde trabajamos o compartimos la vida con otros. Desde nuestras parroquias hasta la iglesia en los confines del mundo.
Somos nosotros los llamados por Dios para hacer realidad la misericordia que sana, la misericordia que provoca la esperanza, la misericordia que une en vez de discriminar. La misericordia con los más pequeños, los pobres y excluidos de la tierra. La misericordia que se acerca a los poderosos para que no opriman, sino que sean servidores de todos.
Es urgente la misericordia como lo pide el Papa, y los cristianos estamos llamados a ser fuente de donde emanen las consecuencias de la misma misericordia hacia la humanidad.
Hoy Venezuela está tremendamente urgida de misericordia y esto no se conseguirá con falsos mesianismos ni con los mezquinos intereses de grupos con ansia de poder. Esta misericordia se conseguirá con el concurso y la acción decidida de todos los cristianos, cualquiera que sea su ideología, cualquiera que sea su posición en la sociedad.
Y aquí nosotros, la iglesia, debe jugársela en este sentido y sin pedir nada a cambio. La iglesia somos todos los bautizados y cada uno con su propia responsabilidad, debe hacer sentir como la misericordia es capaz de ayudar a superar la crisis que vivimos.
Todos los cristianos, cualquiera que sea nuestra condición en Venezuela y particularmente en nuestra región, nos debemos presentar como el rostro de la misericordia de Dios. Pero no como una cosa pasajera o anecdótica, ser rostro del Dios misericordioso es hacer realidad el amor de Dios que todo lo puede y transforma, y no tenemos excusas.
Los cristianos católicos que están en las esferas del poder nacional, regional y municipal, de la tendencia política que sea, deben sentir los clamores del pueblo y atenderlos sin condicionamientos y sin exigencias mezquinas.
Ya es hora de ponerse al lado del pueblo y dejar de buscar sus propios intereses. Una muestra de esa misericordia que busca atender los clamores del pueblo, es un diálogo eficaz entre todos, no solamente entre los políticos, sino entre todos los factores sociales, un diálogo eficaz, sin condiciones y capaz de mostrar humildad, sentido común y sentido de pertenencia al pueblo.
Y la iglesia, como lo ha indicado ya el Papa Francisco, no solamente en Venezuela sino en tantas partes del mundo, está dispuesta a ser tierra de encuentro para ese diálogo.
Los cristianos católicos que lamentablemente se han dedicado a la corrupción, al bachaqueo, al contrabando, al narcotráfico, al cobro de vacunas, a los grupos irregulares, a la promoción y ejecución del aborto, al acaparamiento y a la especulación, al tráfico de personas, al negocio de la prostitución, a la destrucción del matrimonio y de la familia, están invitados, -óiganlo bien porque sé que nos escuchan-, a todos ellos que están en la maldad, todos están invitados a dejarse lavar por la misericordia de Dios.
Es hora de que cambien, se conviertan y se reconcilien con Dios, y sin dejar que asuman su responsabilidad. Estoy seguro que no solamente los brazos de los pastores, sino los brazos de todos nosotros, están dispuestos a recibirlos y ayudarlos para que consigan la auténtica reconciliación con Dios y con nosotros. Déjense reconciliar con Dios.
Los cristianos católicos que trabajan en las diversas empresas públicas y privadas, desde la educación hasta la más sofisticada de las industrias, también están llamados a ser el rostro del Padre misericordioso con la práctica de la solidaridad, de la fraternidad y del amor. Por eso, con la conciencia de un trabajo cooperador con la obra creadora de Dios, fortalezcan las redes de encuentro, de comunión y participación y de un auténtico desarrollo humano y social.
Los cristianos también católicos que también son autoridades y policiales, deben saber que también ustedes son el rostro del amor misericordioso del Padre cuando ejercen sus funciones en beneficio y servicio de todo el pueblo al cual ustedes mismos pertenecen. Cumplir con sus deberes de proteger a la población sin distingos y de asegurar la sana convivencia y la paz social, ofrecerán una garantía de confianza a la ciudadanía.
No olviden que son pueblo, el mismo pueblo urgido de atenciones y al cual pertenecen sus conyugues, padres, hijos, familiares, amigos. El mismo pueblo que hace largas horas de cola para adquirir lo poco que reciben. El mismo pueblo que pide protección ante tantos delincuentes violentos y con el perdón de la palabra que es muy venezolana, sinvergüenzas.
Necesitamos apoyarnos mutuamente. La ciudadanía, Fuerza Armada, las fuerzas policiales tenemos que luchar contra los sinvergüenzas que quieren destruir la paz social. Ustedes deben ser un ejemplo para todos, dejen a un lado. No caigan más en las tentaciones de autoritarismo, de matraqueo, de auto eficiencia, sean de verdad imagen de la misericordia de Dios. No se preocupen que ahora le toca a los sacerdotes.
Ustedes saben que nuestro presbiterio es el mejor del mundo, la mayor riqueza del Táchira junto con su fe. Pero también tenemos que cuidarnos, porque si nosotros los obispos y los sacerdotes no demostramos que somos pueblo, vamos a parar a la décimo quinta paila del infierno.
Los cristianos católicos, sacerdotes y monjas, -por ahí hay unas cuantas-, hemos de ser un rostro brillantísimo de la misericordia de Dios. No somos funcionarios, ni hemos de pensar en nuestros intereses particulares. Ser imagen de Cristo es serlo como pobres, castos y obedientes sin pretensiones anti evangélicas ni dominados por la mundanidad espiritual tan denunciada por el Papa Francisco.
Debemos asumir la propuesta del mismo Papa y manifestar el gozo espiritual de ser pueblo. Por eso queridos hermanos sacerdotes en el fiel cumplimiento de nuestra misión evangelizadora, a ustedes y a mí, a mi hermano Obispo y a todas las religiosas, la gente debe sentir que estamos al lado de ella, que estamos al lado de los pobres y de los excluidos.
No podemos estar alejados ni separados de la gente, ni podemos presentarnos como si fuéramos más que los demás. Somos hijos de nuestras familias, productos de la fe y del amor de todos ustedes. Si estamos configurados a Cristo, es para jugárnosla por la gente.
Hoy en Venezuela y en nuestra región, esto es necesario e irrenunciable. Como dice el Papa Francisco, dejar a un lado el clericalismo para ir al encuentro de todos, no buscar nuestras propias seguridades sino sentirnos copartícipes de las alegrías y penas, gozos y esperanzas, angustias y problemas de nuestra gente. No hacerlo sería traicionar al Maestro quien nos llamó a ser sus servidores.
La gente que pide misericordia debe sentir en cada uno de nosotros la seguridad de nuestra entrega generosa como el mismo Señor lo hizo a favor de la humanidad. Los cristianos católicos todos, si de verdad manifestamos el rostro de Dios Padre, no podemos ir en contra de su designio amoroso ni de la ley natural.
Por eso, aunque sintamos incomprensión y aunque haya ataques, defenderemos siempre como verdad de fe irrenunciable que el único matrimonio que existe y que se puede dar, es solo entre un hombre y una mujer.
Desde esta fe, desde este horizonte proclamamos el evangelio de la vida y de la familia. Lamentablemente inspirados y hasta financiados por transnacionales anti vida y anti familia, también en Venezuela, lamentablemente existen grupos que buscan la aprobación del aborto y del mal llamado matrimonio igualitario en nuestro país, basándose en la así denominada ideología de género.
Se han venido abriendo espacios en ámbitos culturales y legislativos e incluso sabemos que están por aprobarse en la Asamblea Nacional, estos proyectos de leyes. Un auténtico católico, si es miembro de la iglesia y dice creer en el Dios de la vida, creador, redentor y santificador, no debe prestarse a que se le dé carta de ciudadanía a lo antes expuesto.
Hay quienes defienden la anti vida y la anti familia apelando a argumentos discutibles. Nunca están de acuerdo con la iglesia en estos campos, pero como le exigen a la iglesia que les apoye en otros campos también válidos y necesarios. Ser rostro misericordioso del Padre y actuar en nombre de Jesucristo, conlleva a reconocer que la vida, el matrimonio y la familia deben realizarse según el plan de Dios y no trastocándolo ni cambiándolo al son de planteamientos nacidos de ideologías con poco fundamento filosófico y religioso.
Los cristianos católicos, padres de familia, responsables de servicios, maestros, dirigentes políticos, militares y policías, sacerdotes y religiosas,-y los Obispos también-, catequistas y comprometidos en tareas eclesiales, jóvenes y adultos, hemos recibido la llamada de parte de Dios para mostrar su rostro de misericordia con nuestro testimonio viviente del evangelio.
Esa misericordia también tiene que ver con la esperanza, la que edifica y hace crecer. Esa misericordia debe hacernos acercar a los enfermos, a los desprotegidos, a los pobres, a los encarcelados, a los abandonados y a quienes buscan el reino de Dios y su justicia.
Por tanto debemos poner en práctica la palabra de Dios que nos pide poner todos nuestros esfuerzos, nuestros bienes espirituales e incluso materiales en común, al servicio de los más necesitados para que nadie pase necesidad alguna.
Contraria a la misericordia es la actitud de quienes pretenden tomar en sus manos los destinos de la vida de otros, desde la naciente en el vientre materno hasta la de los ancianos desprotegidos. La actitud de quienes atentan de diversos modos contra los demás y el bien común, a través de injusticias y un desmedido afán de poder y de dinero fácil.
Los cristianos católicos, con nuestras acciones de solidaridad, caridad, reconciliación y misericordia, tenemos la obligación de hacer sentir en Venezuela, lo que nos pide el Papa Francisco, el gozo espiritual de ser pueblo. Una manifestación concreta de esa misericordia es promover y realizar la vocación del pueblo como sujeto social.
El pueblo es quien va a salvar al pueblo. El pueblo nace del mismo corazón de Dios, el pueblo debe construir la paz y el pueblo no puede seguir siendo una palabra vacía de menosprecio. Sencillamente es la mejor definición de un cristiano y por supuesto, de todo aquel que vive en esta patria, Venezuela.
No hemos de pensar más en mesianismo ni populismos. Tampoco se debe pensar en propuestas falaces y ocultas detrás de intereses mezquinos y egoístas. Este año de la misericordia es una tremenda oportunidad de gracia que el mismo Señor nos ha dado para renovarnos, cambiar de rumbo y buscar las cosas de arriba que nos engrandezcan acá en nuestro caminar por esta tierra de gracia, bonita, hermosa. Y ustedes saben qué es lo que hace más bonita y hermosa esta tierra de gracia? Los hombres de Venezuela.
Ante el Cristo del rostro sereno-todos los que puedan, les invito a que veamos la imagen del Cristo-. Ante el Cristo del rostro sereno de la misericordia del Padre y como peregrinos. Ya lo dije, el peregrino no es un turista ni un deportista, lo han demostrado la inmensidad, la marea inmensa de peregrinos que han venido en estos días.
El peregrino es un creyente que hace la opción por tomar la cruz de Cristo y seguirlo. Por tanto, como peregrinos acudimos a esta cita anual para reafirmar nuestra vocación de hijos de Dios y de discípulos misioneros de Jesús.
Ante las urgencias que vivimos en Venezuela debido a la grave crisis que nos golpea, presentamos ante el Cristo del rostro sereno de la misericordia del Padre, el asumir con valentía y decisión los desafíos del ahora presente. Es la hora de una transformación profunda que nos lleve a superar las graves dificultades, pero también la hora para edificar y seguir edificando las relaciones de hermanos para lograr la paz.
Es el momento oportuno para decirle al mundo, al mundo que no cree en nosotros, al mundo que tanto desea para la solidaridad y la fraternidad, decirle que nosotros somos capaces de superar las amenazas a la paz social.
Es la hora de exigir a nuestra dirigencia política, a nuestra dirigencia social, a nuestra dirigencia religiosa sobre todo, y económica, que podamos escuchar los clamores del pueblo.
Yo les pido a los sacerdotes y me exijo a mí mismo, y a todos los laicos comprometidos, a los diversos grupos de apostolados, que tengamos oídos para el pueblo como decía el obispo mártir Angeleli de la Argentina, tener un oído para Dios, para escuchar lo que Dios quiere decir al pueblo y un oído con el pueblo, para escuchar lo que tenemos que decirle a Dios.
Es el momento oportuno para ser misericordiosos como Papá Dios, para derribar todo muro de división, para superar las diferencias, para pedirles a los dirigentes, los gobernantes, los sacerdotes, todos los grupos, dejar posturas individualistas a fin de tener sentimientos de compasión. No de lástima, nunca debemos tener lástima de las personas.