Por José Gregorio Vielma Mora
@VielmaEsTachira
No se debe tener mucha memoria para recordar este término técnico-económico que nos acompañó durante las 2 últimas décadas del siglo XX venezolano. Es el mismo concepto que debe estar rondando las cabezas de la mayoría de los españoles, griegos, franceses e ingleses en la actualidad como una salida al deteriorado “Estado de Bienestar” europeo.
No quiero referirme en este artículo a la conversación sostenida por un empresario venezolano con un economista neoliberal, más bien deseo ir al fondo de lo que pudiera significar esa conversación y el rol del FMI y el Banco Mundial en la economía mundial durante los último 70 años. Estos organismos multilaterales tienen su origen en la Conferencia de Bretton Woods, celebrada por los países victoriosos de la 2da. Guerra Mundial en julio de 1944, cuando ya era un hecho la derrota del nazismo. A partir de esa conferencia, y en virtud de la fortaleza económica de los EEUU, se fijó el dólar norteamericano como la referencia de compensación y valoración monetaria a nivel planetario.
La idea original de esta iniciativa era compensar la balanza de pagos de los países como mecanismos de auxilio financiero que permitiera una estabilidad de la producción y el comercio mundial. Hasta este punto, tal iniciativa parecía loable y deseable, pero dado el inmenso poder financiero de EEUU y a las puertas del llamado período de la “Guerra Fría” este organismo se fue configurando como un agente de los intereses políticos y económicos de Washington. Eso fue así desde sus orígenes porque la potencia norteamericana era la mayor aportante a ese fondo (41%) es decir casi la mitad del fondo financiero.
El protagonismo de la divisa norteamericana ha sido la punta de lanza de su dominio económico mundial. Ahora bien, hacia finales de la década de 1980, con la finalización del enfrentamiento con la Unión Soviética y durante las presidencias de Ronald Reagan en EEUU y de Margaret Tatcher en Inglaterra, se inicia un período de revitalización del liberalismo a nivel mundial cuya denominación hasta nuestros días conocemos con el nombre de NEOLIBERALISMO.
Sin el deseo de estigmatizar el término, es la propia experiencia histórica que nos aporta claros indicios de sus objetivos y su perspectiva de la realidad económica. En sus raíces más profundas el liberalismo, como su nombre lo indica, persigue la libertad como propósito primordial. Ahora bien, esa libertad no es a la comúnmente se entiende como el valor más puro de la humanidad. Para los liberales la libertad se conquista frente al Estado, y más que una libertad general es una libertad individual que no debe constreñir la acción de cada agente económico, quienes deben ser libres de las posibles ataduras o limitaciones que ese Estado le impone.
Es por ello que la doctrina neoliberal no admite un Estado propietario de empresas o un Estado gestor de servicios. Esos serían espacios constreñidos a la libertad individual. Un subsidio del Estado, por ejemplo, es una desviación y un despropósito que invade la libertad de los empresarios privados porque el MERCADO –dios y señor del neoliberalismo- no solamente es el mejor garante de esa libertad sino que además es una especie de “divinidad” o Dios que no puede ser trastornado o distorsionado por alguna ley o norma que le imponga el Estado, y por lo tanto, los precios deben ser aquellos que se le antoje al empresario.
Allí están las líneas maestras de ese término que los burgueses llaman AJUSTES. En realidad es un eufemismo para garantizar la riqueza de unos pocos y la pobreza de la mayoría, porque precisamente esa última condición de tener una gran cantidad de personas en condición de pobreza es la garantía de la valoración de un empleo y de una permanente demanda acumulada de bienes y servicios. Esa es la lógica por la cual aquél empresario justificó su condición de especulador porque al fin y al cabo, él daba empleo.
Hoy el mundo se sigue debatiendo entre un Estado que sea capaz de regular la sociedad y una clase propietaria minoritaria que, si bien lo acepta como un “mal necesario”, lo quiere reducir al mínimo y, en ningún caso, permite o ve con buenos ojos que ese Estado gaste en salud, educación y servicios, porque estaría metiéndose en los terrenos de la “libertad” neoliberal e invadiendo espacios privados y oportunidades de “negocios”. Esa es la discusión de fondo y esas son las razones más profundas por la que Venezuela y su revolución es un mal ejemplo.
El CAMBIO por tanto, que plantea la oposición es hacia ese sentido. Se dirigen al desmontaje de todas las políticas sociales que inició y consolidó la revolución bolivariana. La derecha venezolana, aunque no lo diga, está dispuesta a privatizar no solamente las empresas del Estado, incluyendo PDVSA sino también la educación y la salud a todos los niveles, para sólo citar solo unas pocas de sus oscuras intenciones.
@VielmaEsTachira